Un poema de Cortázar, parasentir simplemnte

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Yo, el de los largos silencios.

«De todos los animales de la creación, el hombre es el único que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir»
Tennessee Williams

Yo, el de los largos silencios, el que puede pasar hasta 18 horas sin decir una palabra, pero que no puede mantener silenciosa su mente, ni silenciar su corazón.

Yo, el de los largos silencios, que me callo lo que quiero decir y, sin embargo, no puedo olvidar lo que me han dicho y que se repite hasta el cansancio y multiplicado en el eco de la memoria y de la culpa.

Yo, el de los largos silencios, porque siempre escucho a todos en su infinita perorata y no hay uno que quiera escucharme, tan sólo fingen oírme mientras prepararan su siguiente relato.

Yo, el de los largos silencios porque todo lo que dicen los demás es tan insubstancial que prefiero perderme en mis sueños lúcidos y no seguirles el juego. Para eso tengo a mi yo diplomático que se encarga de suplirme, un yo popular, un yo común, que en mi silencio y mi soledad guardo en una botella que cierro con un corcho para que no me moleste con su locuacidad plebeya.

Yo, el de los largos silencios, pero no porque no tenga nada que decir sino porque estoy pensando en una nueva tragedia, en un nuevo drama, en un nuevo idilio. Cambiando al mundo, siendo el demiurgo de un microcosmos, un demiurgo quasisapiente, quasipotente, pero innegablemente omnipresente.

Yo, el de los largos silencios, porque callar no es no-decir, sino decir mucho. Decir que tal o cual no merece nuestra opinión, que tal o cual nos es desconocido, que tal o cual nos deja pensativos, que tal o cual nos embelesa, que tal o cual nos aterra, que tal o cual nos maravilla, que tal o cual nos deja contemplativos.
Sí. Dije NUESTRA, dije NOS. Y lo dije queriendo decir nosotros, porque a imagen y semejanza de Dios fui creado, a imagen de Dios que es uno y es trino, que es uno y es tres manifestaciones a la vez.